En un escenario político convulso, la única certidumbre es el fin de las mayorías cómodas y la multiplicidad de actores políticos, muchos de ellos nuevos. Las empresas no pueden observar el juego político desde la barrera. Deben implicarse y reformular sus estrategias. Para ello, el primer paso es la correcta identificación de aquellos stakeholders que pueden afectar sus intereses.
15 nuevos gobiernos autonómicos, 1.132 diputados autonómicos, más de 8.100 alcaldes y 68.000 concejales… este es el escenario de nuevos cargos políticos con que se están encontrando las empresas, asociaciones y otros grupos de interés en los próximos meses. La incertidumbre política se ha instalado como la principal preocupación en los análisis realizados por empresas y entidades internacionales, como es el caso de Barclays, Standard and Poor’s o JP Morgan.
A la celebración de cuatro elecciones en un mismo año, un hecho sin precedentes en la reciente historia democrática española, se une el baile de nuevas siglas y caras en el juego político. En pleno proceso de presentación y preparación de candidaturas, partidos como Podemos o Ciudadanos irrumpen con fuerza. Ante la imposibilidad de predecir resultados, parece que la única certidumbre para este 2015 es el fin de las mayorías cómodas.
Esta situación está cambiando la manera en la que las empresas se relacionan con sus interlocutores políticos. Tendrán que dirigirse a una multiplicidad de actores hasta ahora desconocidos. Ya no valdrá con centrarse en el partido ganador o en el que gobierna y el “partido de la oposición”. Como siempre, la información se convierte en el principal antídoto para paliar esta incertidumbre.
Los planes a largo plazo de las empresas pueden verse truncados por la falta de información sobre las intenciones de los nuevos actores o por los imprevistos en un escenario volátil. Frente a esto, no pueden ser meras espectadoras, sino que deben implicarse y reformular sus estrategias de relaciones institucionales con sus stakeholders, aquellos “grupos o individuos que pueden afectar o verse afectados por el logro de los objetivos de la organización”, como definió el filósofo americano Edward Freeman.
Las empresas no pueden descuidar sus relaciones con estos nuevos protagonistas, ya que sus decisiones influyen y se ven influidas por el resto de actores económicos, sociales y políticos relacionados con su actividad. Empresas, partidos, instituciones y sociedad civil forman parte de un todo en el que los intereses están interrelacionados.
Si el portavoz de Educación de un determinado partido político desconoce la posición de liderazgo de nuestra compañía en la provisión de soluciones tecnológicas para la formación online, difícilmente podrá recabar nuestra posición y propuestas de cara a una Proposición de Ley sobre formación continua en la que está trabajando.
En este sentido, la identificación y gestión de los stakeholders se presenta como una necesidad ineludible, en un contexto electoral y para un tejido empresarial que empieza a considerar las relaciones institucionales como un pilar fundamental de su estrategia. Y es que, de la correcta identificación de las necesidades y expectativas de los actores más relevantes dependerá en gran medida el futuro de muchas empresas.
El objetivo de mapear este nuevo entorno político, desde una perspectiva estrictamente profesional, es claro. En primer lugar, se pretende minimizar los riesgos derivados de esta incertidumbre. Esto no solo es un antídoto frente a la inestabilidad del entorno, sino una ventaja competitiva. Por otra parte, presentar las visiones de la empresa a los nuevos actores permite un mayor conocimiento y reputación ante los interlocutores institucionales, lo que a la larga repercutirá en los objetivos estratégicos de la compañía.
Tampoco se pueden pasar por alto los beneficios del diálogo en la búsqueda de consensos. El fin del representante político es, en última instancia, tomar las mejores decisiones que beneficien a la mayoría de ciudadanos, organizaciones y empresas. La gestión de los stakeholders se muestra aquí como una vía para la participación de los afectados en el proceso de elaboración de la legislación.
En demasiadas ocasiones se asocia el lobby con la consecución inmediata, con el acceso privilegiado a los círculos de poder. Sin embargo, nada más lejos de la realidad, su éxito depende de un método adecuado y del trabajo a largo plazo.
El origen de gran parte de los fracasos empresariales proviene del desconocimiento por parte de los directivos de su entorno más cercano, así como por el excesivo énfasis en los beneficios a corto plazo o en sus accionistas. En otras ocasiones, el desconocimiento es inverso, y las posibles medidas contrarias a los intereses empresariales encuentran su origen en la falta de información. Por lo tanto, especialmente en el escenario actual de cambios, urge que las empresas estudien a fondo quién es quién en el juego político y desarrollen estrategias más precisas y certeras.
Javier Valiente
Socio Director
Political Intelligence